La película 'Killa', Luna por su
traducción del quechua, utiliza la lengua andina en casi todos sus diálogos y
cuestiona el despojo que sufren las comunidades indígenas por la minería.
Quito 7
MAY 2017 - 23:15 CEST
La interculturalidad no es parte
del cine ecuatoriano que llega a las salas comerciales. Se pueden contar con
los dedos de una mano las cintas que, por ejemplo, incluyen al quechua en sus
diálogos. Los cineastas del mundo indígena, que los hay, muchas veces producen
solo para su nicho de público. Alberto Muenala, sin embargo, llevará en junio
su ópera prima al circuito comercial.
La película Killa —Luna, por su traducción del quechua— no
solo que incluye a la lengua andina en casi todos sus diálogos, sino que
cuestiona el acoso y el despojo que sufren muchas comunidades indígenas por la
minería. Además, tiene como hilo conductor la relación sentimental entre un
indígena y una mujer mestiza, algo que todavía revuelve las tripas de la
sociedad ecuatoriana y que queda reflejado en el filme.
Killa está
rodada en Imbabura, una provincia donde el 26% de la población se
autoidentifica como indígena. Muenala proviene de Peguche, una población famosa
por su capacidad conservar intactos los ritos como el Inti Raymi o la
Fiesta del Sol, y lleva 30 años documentando lo que él llama "pueblos y
nacionalidades" en Ecuador, Bolivia, México o Guatemala.
La película es su primer esfuerzo
de largo aliento y consiguió producirla gracias a los fondos concursables que
entrega el Ministerio de Cultura. Le costó 170.000 dólares. El guión lo empezó
a escribir en 2012, tras la inauguración de la minería a cielo abierto en Intag
—uno de los valles de Imbabura—. "Mi interés era presentar los problemas que
existen en el país por la minería, cuando encuentran recursos debajo de la
tierra, el Gobierno tiene la potestad de expropiar; ya estamos viviendo esa
realidad", cuenta el cineasta.
Cinco años le tomó terminar la
película que también refleja la cosmovisión de los pueblos nativos y su apego a
la tierra, y presenta bellas postales de los andes ecuatorianos. Entre los
otros subtemas que aparecen en la cinta está la corrupción y lo que el
realizador llama "blanqueamiento de la sociedad" o la negación
constante en la que viven algunos indígenas que desconocen sus raíces para
encajar en el mundo mestizo.
Al final de la cinta queda un mal
sabor de boca por una traición, porque desde el principio la cinta fue
concebida como una tragedia. De momento se ha llevado el aplauso de unos 3.000
espectadores en las salas no comerciales. "Queríamos quedarnos en los
circuitos del cine independiente y hacer conciencia", reconoce Muenala,
pero ha recibido con agrado la invitación a estar en la cartelera comercial y
nacional, y está buscando la salida a los festivales de invierno.
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