domingo, 21 de mayo de 2017

LA RUTA DEL mejor café DEL MUNDO


A siete horas de Juliaca, sobre una quebrada en la selva de Puno, cerca a la frontera con Bolivia, Raúl Mamani cultiva el mejor café del mundo. Su reciente galardón en la feria SCA 2017 de Seattle animó a Domingo a ir en busca de sus aromas.

4. En épocas de cosecha, Mamani realiza un ayni con sus vecinos. .
3. Junto a su esposa Hilda y Luz Lorena, la quinta de sus seis hijos. .
2. A más altura, mayor acidez. El Tunky tiene el punto preciso.
1. Mamani produce hasta 60 quintales en sus cuatro hectáreas. .

Escribe:

La ruta del mejor café del mundo no existe.

Son casi las 4 de la mañana, y el auto ha detenido su curso en un desfiladero, en la punta nororiental del distrito de San Pedro de Putina Punco, provincia de Sandia, en la selva de Puno.

Para respirar este abismo hemos viajado siete horas desde Juliaca. Ahora, con la trocha enflaquecida, en medio de una oscuridad dominante que deja como libélulas a las linternas de nuestros celulares, queda confiar en los pies.

Pero ha llovido mucho durante la noche, y la tierra se ha convertido en una mazamorra húmeda y traicionera. Para los visitantes, por supuesto.

Raúl Mamani (42) -camisa manga corta, pantalón y chancletas- se desplazará con la destreza de una ardilla. Después de 24 años, los pies pisan firme incluso en los caminos que no existen.

Mamani -natural de Moho, frontera con Bolivia, pegada al Lago Titicaca- conoció esta selva recién a inicios de los noventa luego de concluir la secundaria.

Su padre, Hermenegildo Mamani, a quien no veía casi nunca, vivía cultivando café, alejado de su familia, como un ermitaño, en el Bajo Tunquimayo.

El viejo creía en la fertilidad de la quebrada. Pero la cantaleta solo fue atendida por dos de sus hijos: Raúl, el segundo, y Armando, el tercero. Los otros siete, dos de ellos ya fallecidos, se dedicaron a la confección de pantalones.

Acabado el servicio militar y tras emparejarse con Hilda Coaquira, la mujer menuda y robusta que también peina los abismos con soltura, Raúl Mamani se instaló en el Bajo Tunquimayo en 1993.

Desde entonces los granos que brotan de sus cafetos lo han cubierto de prestigio. Enumeremos: bicampeón del Concurso Nacional de Cafés de Calidad 2012 y 2015, segundo lugar en el 2005 y 2016 , y desde hace tres semanas, monarca de la feria SCA 2017 en Seattle, Estados Unidos.

Su café bautizado como Tunki, en honor a El gallito de las rocas, esa ave naranja que sobrevuela los cafetales de madrugada, compitió contra 20 países cafeteros, entre ellos Etiopía, Kenia, Bolivia, Ecuador y Costa Rica.

Y aunque se trató de una cata entre pequeños productores, el rótulo del "mejor café del mundo" tiene más de justicia que de exageración.
Dos kilómetros y medio separan la chacra de Raúl Mamani del camino carrozable más próximo.

Sobre una superficie plana es una distancia lógica. Sobre una superficie accidentada y fangosa, a dos mil metros sobre el nivel del mar, un ejercicio de equilibrismo que se ha llevado no pocas vidas.

Un aroma suprime, sin embargo, el pensamiento más consciente. La ruta se abre paso.

Promoción y consumo

Una cafetera. El deseo del mejor cafetalero del mundo es una cafetera.

En octubre pasado, en el Expo Café 2016, en el Parque de la Exposición en Lima, Mamani ocupó un stand pequeñísimo con una máquina modesta.

Ana María Vanini, ingeniera civil y jefa zonal de Devida en Puno, ríe al recordar el episodio. “Nos avisó un día antes de que iba a participar. Le dimos una cafetera por cumplir prácticamente, y quedó en segundo lugar”.

El café ayacuchano del VRAEM y el de Villa Rica de la selva central tuvieron que hacerse a un lado.

Como ocurrió en el 2010, cuando el café de Wilson Sucaticona, también del Bajo Tunquimayo, se alzó con el People's Choice Awards concedido por la Specialty Coffee Association of America (SCAA). Eso sin contar que los premios nacionales han sido conquistados en seis ocasiones por caficultores de la zona.

¿Por qué, entonces, Puno aún no se inscribe en el imaginario colectivo como el mejor café orgánico del país?

Vanini teoriza: “En los restaurantes de los distritos pides café y te dan Kirma. No fomentan el consumo interno ni hay promoción. Todo lo producido se vende afuera”.

El café Tunky de Raúl Mamani se exporta a los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. No de forma independiente, sino a través de la cooperativa San Jorge, donde ejerce como presidente del Consejo, y, claro, por intermedio de la Central de Cooperativas Cafetaleras de los Valles de Sandia (CECOVASA).

Sin este entrevero institucional, el Tunky se quedaría varado en el aeropuerto por no poseer las certificaciones correspondientes.

No a la coca

Treinta caídas después, con el corazón a punto de agujerear el pecho, la ropa embarrada, los zancudos dándose un festín, y el sol penetrando las hojas, llegamos a la chacra de Raúl Mamani.

No es época de cosecha, precisamente. Falta un mes todavía, pero se vislumbran granos rojizos.

Los romeros, manzanos y nogales alrededor perfuman la lluvia que empieza a evaporarse.

¿Pero qué hace tan codiciado a este café?

Mamani lo explica, mientras da machetazos a la maleza. “Mi cosecha es selectiva, y junto las mejores propiedades de tres variedades”.

En efecto, en las cuatro hectáreas de su chacra crecen la caturra (cuerpo), el borbón (acidez), y la geisha (aroma).

El tiempo de fermentación debe respetarse con la exactitud de un matemático. La caturra tarda 18 horas, mientras que las otras dos variedades, 20. Pasarse quince minutos puede resultar fatal.

Con igual minuciosidad deben almacenarse los granos. “El café es una esponja. Basta que caiga una gota de gasolina para que se pierda todo el lote”, explica Mamani.

Son las plagas, sin embargo, uno de los peligros mayores. Mamani perdió una hectárea debido al ataque de la roya, ese hongo color naranja en forma de botón.

A la roya la combate con un ritual: una vez al mes humea las hojas de sus campos con el incienso maloliente que despide el ispi, un pez minúsculo que habita el Titicaca.

Y también con un abono sin químicos que resulta de la mezcla de cáscaras de café, plátano, papa japonesa y ceniza.

En Sandia, una zona tomada por la minería ilegal y el narcotráfico, donde es una osadía caminar pasada las seis de la tarde y no es extraño cruzarse con camiones custodiados por francotiradores o divisar narco-avionetas, el cuidado que guarda Mamani por sus cafetos es el de un niño que protege plantas en medio de una balacera.

“A mis vecinos les digo: no planten coca, planten café. Con el café conocerán el Perú y el mundo. Con la coca serán perseguidos”.
De los 900 agricultores de Bajo Tunquimayo, solo el 10% se dedica al café. El resto, en su mayoría, tiene el cultivo de pan llevar como fachada.

Antes del 2005, cuando fue elegido como el segundo caficultor del Perú, Raúl Mamani no conocía Lima siquiera.

Luego del galardón se ha paseado por varios rincones de Estados Unidos, y participado de pasantías en Chile y Bolivia.

Mamani es beneficiario del Proyecto Agroforestal II de Putina Punco financiado por la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida). Ello le ha permitido acceder a un fondo millonario, recibir asesoría, y honrar a su padre Hermenegildo, quien falleció en abril de 2016 a los 78 años.

“Antes de morir, mi papá me dijo que se sentía orgulloso de mí. Quiero ser el primer tricampeón nacional y tricampeón internacional y dedicárselo”.

Mientras tanto, Raúl Mamani, el agricultor del mejor café del mundo, espera completar -con ayuda del distrito- el segundo tramo del camino hacia su chacra. Y conseguir, por fin, una cafetera apropiada.


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