A siete horas de Juliaca, sobre
una quebrada en la selva de Puno, cerca a la frontera con Bolivia, Raúl Mamani
cultiva el mejor café del mundo. Su reciente galardón en la feria SCA 2017 de
Seattle animó a Domingo a ir en busca de sus aromas.
4. En épocas de cosecha, Mamani
realiza un ayni con sus vecinos. .
3. Junto a su esposa Hilda y Luz
Lorena, la quinta de sus seis hijos. .
2. A más altura, mayor acidez. El
Tunky tiene el punto preciso.
1. Mamani produce hasta 60 quintales en sus cuatro
hectáreas. .
Escribe:
La ruta del mejor café del mundo
no existe.
Son casi las 4 de la mañana, y el
auto ha detenido su curso en un desfiladero, en la punta nororiental del
distrito de San Pedro de Putina Punco, provincia de Sandia, en la selva de
Puno.
Para respirar este abismo hemos
viajado siete horas desde Juliaca. Ahora, con la trocha enflaquecida, en medio
de una oscuridad dominante que deja como libélulas a las linternas de nuestros
celulares, queda confiar en los pies.
Pero ha llovido mucho durante la
noche, y la tierra se ha convertido en una mazamorra húmeda y traicionera. Para
los visitantes, por supuesto.
Raúl Mamani (42) -camisa manga
corta, pantalón y chancletas- se desplazará con la destreza de una ardilla.
Después de 24 años, los pies pisan firme incluso en los caminos que no existen.
Mamani -natural de Moho, frontera
con Bolivia, pegada al Lago Titicaca- conoció esta selva recién a inicios de
los noventa luego de concluir la secundaria.
Su padre, Hermenegildo Mamani, a
quien no veía casi nunca, vivía cultivando café, alejado de su familia, como un
ermitaño, en el Bajo Tunquimayo.
El viejo creía en la fertilidad
de la quebrada. Pero la cantaleta solo fue atendida por dos de sus hijos: Raúl,
el segundo, y Armando, el tercero. Los otros siete, dos de ellos ya fallecidos,
se dedicaron a la confección de pantalones.
Acabado el servicio militar y
tras emparejarse con Hilda Coaquira, la mujer menuda y robusta que también
peina los abismos con soltura, Raúl Mamani se instaló en el Bajo Tunquimayo en
1993.
Desde entonces los granos que
brotan de sus cafetos lo han cubierto de prestigio. Enumeremos: bicampeón del
Concurso Nacional de Cafés de Calidad 2012 y 2015, segundo lugar en el 2005 y
2016 , y desde hace tres semanas, monarca de la feria SCA 2017 en Seattle,
Estados Unidos.
Su café bautizado como Tunki, en
honor a El gallito de las rocas, esa ave naranja que sobrevuela los cafetales
de madrugada, compitió contra 20 países cafeteros, entre ellos Etiopía, Kenia,
Bolivia, Ecuador y Costa Rica.
Y aunque se trató de una cata
entre pequeños productores, el rótulo del "mejor café del mundo"
tiene más de justicia que de exageración.
Dos kilómetros y medio separan la
chacra de Raúl Mamani del camino carrozable más próximo.
Sobre una superficie plana es una
distancia lógica. Sobre una superficie accidentada y fangosa, a dos mil metros
sobre el nivel del mar, un ejercicio de equilibrismo que se ha llevado no pocas
vidas.
Un aroma suprime, sin embargo, el
pensamiento más consciente. La ruta se abre paso.
Promoción
y consumo
Una cafetera. El deseo del mejor
cafetalero del mundo es una cafetera.
En octubre pasado, en el Expo
Café 2016, en el Parque de la Exposición en Lima, Mamani ocupó un stand
pequeñísimo con una máquina modesta.
Ana María Vanini, ingeniera civil
y jefa zonal de Devida en Puno, ríe al recordar el episodio. “Nos avisó un día
antes de que iba a participar. Le dimos una cafetera por cumplir prácticamente,
y quedó en segundo lugar”.
El café ayacuchano del VRAEM y el
de Villa Rica de la selva central tuvieron que hacerse a un lado.
Como ocurrió en el 2010, cuando
el café de Wilson Sucaticona, también del Bajo Tunquimayo, se alzó con el
People's Choice Awards concedido por la Specialty Coffee Association of America
(SCAA). Eso sin contar que los premios nacionales han sido conquistados en seis
ocasiones por caficultores de la zona.
¿Por qué, entonces, Puno aún no
se inscribe en el imaginario colectivo como el mejor café orgánico del país?
Vanini teoriza: “En los
restaurantes de los distritos pides café y te dan Kirma. No fomentan el consumo
interno ni hay promoción. Todo lo producido se vende afuera”.
El café Tunky de Raúl Mamani se
exporta a los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. No de forma independiente,
sino a través de la cooperativa San Jorge, donde ejerce como presidente del
Consejo, y, claro, por intermedio de la Central de Cooperativas Cafetaleras de
los Valles de Sandia (CECOVASA).
Sin este entrevero institucional,
el Tunky se quedaría varado en el aeropuerto por no poseer las certificaciones
correspondientes.
No
a la coca
Treinta caídas después, con el
corazón a punto de agujerear el pecho, la ropa embarrada, los zancudos dándose
un festín, y el sol penetrando las hojas, llegamos a la chacra de Raúl Mamani.
No es época de cosecha,
precisamente. Falta un mes todavía, pero se vislumbran granos rojizos.
Los romeros, manzanos y nogales
alrededor perfuman la lluvia que empieza a evaporarse.
¿Pero qué hace tan codiciado a
este café?
Mamani lo explica, mientras da
machetazos a la maleza. “Mi cosecha es selectiva, y junto las mejores
propiedades de tres variedades”.
En efecto, en las cuatro
hectáreas de su chacra crecen la caturra (cuerpo), el borbón (acidez), y la
geisha (aroma).
El tiempo de fermentación debe
respetarse con la exactitud de un matemático. La caturra tarda 18 horas,
mientras que las otras dos variedades, 20. Pasarse quince minutos puede
resultar fatal.
Con igual minuciosidad deben
almacenarse los granos. “El café es una esponja. Basta que caiga una gota de
gasolina para que se pierda todo el lote”, explica Mamani.
Son las plagas, sin embargo, uno
de los peligros mayores. Mamani perdió una hectárea debido al ataque de la
roya, ese hongo color naranja en forma de botón.
A la roya la combate con un
ritual: una vez al mes humea las hojas de sus campos con el incienso maloliente
que despide el ispi, un pez minúsculo que habita el Titicaca.
Y también con un abono sin
químicos que resulta de la mezcla de cáscaras de café, plátano, papa japonesa y
ceniza.
En Sandia, una zona tomada por la
minería ilegal y el narcotráfico, donde es una osadía caminar pasada las seis
de la tarde y no es extraño cruzarse con camiones custodiados por
francotiradores o divisar narco-avionetas, el cuidado que guarda Mamani por sus
cafetos es el de un niño que protege plantas en medio de una balacera.
“A mis vecinos les digo: no
planten coca, planten café. Con el café conocerán el Perú y el mundo. Con la
coca serán perseguidos”.
De los 900 agricultores de Bajo
Tunquimayo, solo el 10% se dedica al café. El resto, en su mayoría, tiene el
cultivo de pan llevar como fachada.
Antes del 2005, cuando fue
elegido como el segundo caficultor del Perú, Raúl Mamani no conocía Lima
siquiera.
Luego del galardón se ha paseado
por varios rincones de Estados Unidos, y participado de pasantías en Chile y
Bolivia.
Mamani es beneficiario del
Proyecto Agroforestal II de Putina Punco financiado por la Comisión Nacional
para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida). Ello le ha permitido acceder a
un fondo millonario, recibir asesoría, y honrar a su padre Hermenegildo, quien
falleció en abril de 2016 a los 78 años.
“Antes de morir, mi papá me dijo
que se sentía orgulloso de mí. Quiero ser el primer tricampeón nacional y
tricampeón internacional y dedicárselo”.
Mientras tanto, Raúl Mamani, el
agricultor del mejor café del mundo, espera completar -con ayuda del distrito-
el segundo tramo del camino hacia su chacra. Y conseguir, por fin, una cafetera
apropiada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario