Escribe: Germán Alejo
| Opinión - 09:10h
Una de las cosas que no se
advierte con claridad y tampoco se profundiza en las facultades de sociología,
es la migración, término que con frecuencia es relacionado a la salida de los
peruanos al exterior; sin embargo, la acepción real de este término también
implica la salida de poblaciones del campo a las ciudades.
El premio Nobel de literatura,
Mario Vargas Llosa, en el año 2011, en su artículo “El orden espontáneo”,
publicado en el diario El País de España, se refirió a un aimara puneño al que
llamó Tiburcio, señalando que llegó a Lima muy joven, con poncho y ojotas, y
que sobrevivió vendiendo chupetes por las calles, pero que ahora alquila
tiendas y talleres de manufactura por dos millones de dólares al mes.
Vargas Llosa se refería a Antonio
Velásquez Oscco, un aimara del distrito de Unicachi (Yunguyo), que a sus 14
años migró a Lima, en 1975, para forjarse un mejor futuro. En la capital
sobrevivió dedicándose a varios oficios, logrando consolidarse, a base de
esfuerzo y tesón, como un empresario del centro comercial más importante de
Latinoamérica: Gamarra.
Antonio es uno de los muchos
aimaras que lograron salir adelante, gracias a su trabajo; sin embargo, este
hecho, más que contarlo como una experiencia de éxito, hay que verlo
sociológica y políticamente.
Moisés Suxo Yapuchura, en su
artículo “La etnicidad en la evolución económica de los aimaras de Lima”,
señala que el éxito de los migrantes aimaras incluye el componente étnico
expresado en la organización asociativa de tipo comunal, e intenta abrir un
debate en torno al tema de la etnicidad con relación al modelo económico
comunal aimara como alternativa y respuesta frente al sistema económico
imperante.
“La migración no es solamente un
desplazamiento poblacional. Junto con el proceso migracional, el migrante
‘lleva’ consigo su cultura, aunque esta tienda a modificarse, pero no a
desaparecer en la ciudad”, dice Altamirano Rua.
No obstante, si bien esta
migración tiene un enfoque económico, hay otras explicaciones al respecto.
Particularmente considero que de fondo hay una conquista política basada en las
expresiones y valores culturales como la solidaridad y la reciprocidad, pilares
de las tradición andina.
Si Manco Capac y Mama Ocllo,
conforme a la leyenda, salieron del lago Titicaca para fundar un gran imperio,
a las nuevas generaciones les toca escribir una leyenda existencial y completar
la conquista del migrante aimara, basada en conceptos de desarrollo totalmente
distintos a las que están fracasando y haciéndose inviables en nuestra sociedad
contemporánea.
Es preciso señalar que la
concreción de la conquista no implica una militancia política en alguna
organización que ha conceptuado su modo de pensar, sino la revisión del
pensamiento que predomina nuestro desenvolvimiento, y a partir de esa revisión
enfocar un propio pensamiento, valorando nuestros principios y valores
ancestrales; es decir, se trata de continuar una construcción que ha sido
paralizada por la conquista española y la etapa republicana. Aún hay mucho por
hacer, a fin de forjar una verdadera nación aimara.
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