Martin Riepl
(@martinwriepl)
BBC Mundo, Perú
2 horas
ALEJANDRO GÓMEZ El
hábitat original de la quina es el bosque de neblina andino, pero casi ha
desaparecido de la región.
El
indio Pedro de Leyva avanzó a tropezones y cayó moribundo sobre la orilla de un
estanque en medio de los andes peruanos.
La leyenda dice
que lo devoraba la malaria.
Empapado en sudor, se
acercó al agua, apartó las hojas y ramas que habían caído en el remanso y tomó
algunos sorbos amargos.
Y entonces, la fiebre
cedió.
Al enfermo lo había
salvado la mezcla milagrosa de agua
con las cortezas de aquel árbol insólito que crecía rodeando el
estanque.
Esta historia del siglo
XVII, recopilada por el tradicionalista peruano Ricardo Palma, intenta explicar
las propiedades antipalúdicas del árbol
de la quina, acaso uno de los descubrimientos médicos más importantes de la
historia.
Y también uno de los
más ignorados.
THINKSTOCK El extracto
de la quina, la quinina, es la base de la tónica que se usa para crear el
popular coctel gin & tonic.
Hoy, el compuesto
activo que se extrae de la planta, llamado quinina, es más fácil de encontrar en un bar que en una farmacia.
¿Cómo pasó este árbol
de salvar millones de vidas a ser un ingrediente de coctelería?
Milagrosa y olvidada
La
quina es originaria de los países andinos desde Venezuela a Bolivia,
pero casi ha desaparecido de la región.
Pocos la han visto en
estado natural y aunque figura en
el escudo nacional de Perú,
incluso a los más patriotas les cuesta reconocerla.
“El árbol del escudo ni
siquiera está bien dibujado”, advierte el ingeniero forestal Alejandro Gómez a
BBC Mundo.
En julio las calles
peruanas se embanderan para celebrar la fiesta nacional y con ello se revela lo
poco que se sabe del símbolo que representa
la diversidad botánica del país.
“Hay quienes creen que
es un manzano, un eucalipto o incluso un arbusto de coca”, dice Gómez, quien
trabaja en el Instituto de Innovación Agraria de Perú (INIA) tratando de
recuperar la quina.
El árbol oficial del
país sufre de una popularidad ingrata y anónima.
La confusión más común
es llamarla “quinua”, y suponer que se trata de ese nutritivo seudocereal que
en los últimos años multiplicó su fama (y su precio).
Pero mientras la quinua
es una hierba, la quina es un árbol
andino de hojas anchas que puede superar los quince metros de altura y
está emparentada con el café.
Lo que la hace valiosa
es su corteza, rica en quinina.
Este alcaloide es el
que le dio fama al árbol, y también su condena.
El árbol de la vida
Según la leyenda,
cuando el indio Pedro de Leyva se recuperó, juntó agua y raíces de quina en un
cántaro y lo llevó a su pueblo.
La popularidad del
brebaje milagroso se extendió rápidamente.
“La quinina corta el
ciclo de vida del parásito de la malaria y le impide infectar otros glóbulos
rojos, que es donde se alimenta y reproduce”, explica a BBC Mundo, Dionicia
Gamboa, PhD en enfermedades tropicales de la Universidad Peruana Cayetano
Heredia.
Desde su descubrimiento
y durante tres siglos, el alcaloide
fue el medicamento más efectivo para combatir la enfermedad.
Y no hablamos de
cualquier pandemia.
Investigaciones
publicadas en las revistas Nature y National Geographic sostienen que la malaria o paludismo pudo haber matado a
más de la mitad de todos los seres humanos que han existido.
De acuerdo con la
tradición, fueron los jesuitas
quienes difundieron el uso de la quinina luego de curar a Doña
Francisca Henríquez, condesa de Chinchón y esposa del virrey de Perú.
Los ecos de esta
historia inspiraron el nombre científico que el árbol lleva hasta hoy: Cinchona Officinalis.
A lo largo de los
siguientes siglos casi no hubo equipaje de explorador, conquistador o soldado
que no llevara quinina.
Hasta que llegó la
Segunda Guerra Mundial.
Muerta de pie
Durante generaciones,
hordas de comerciantes recorrieron los bosques andinos en busca de quina.
La
mayoría fueron taladas y a otras les arrancaron la corteza de pie,
como despellejadas en vida, para venderlas en Europa.
Según las anotaciones
del naturalista alemán Alexander Von Humboldt en 1805 se cortaron 25.000
árboles sólo en la provincia ecuatoriana de Loja.
La quina curó una
fiebre y provocó otra que resultó mortal para ella.
“Es un árbol en
extinción y ni siquiera existe un inventario de los que quedan”, advierte el
ingeniero del INIA Alejandro Gómez, quien coordina el proyecto de reforestación
en uno de los últimos reductos de la especie en Perú.
De las más de 20
variedades de quina que existía en el país, sólo se tiene certeza de que quedan
ejemplares de unas cuatro.
“La gran amenaza para
su ecosistema sigue siendo la tala ilegal y la quema de bosques para expandir
la frontera agrícola”, señala a BBC Mundo Verónica Galmez, especialista en
bosques andinos de la organización suiza Helvetas.
En la actualidad, las
grandes plantaciones de quina no
están en América Latina sino en Asia.
Durante el siglo XIX,
para salvar sus colonias que hervían de malaria, los ingleses introdujeron el árbol en la India y los holandeses en
Indonesia.
El nuevo comercio
floreció hasta la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, cuando
cortaron el suministro de quinina a las tropas aliadas expuestas al paludismo
en el Pacífico.
La emergencia obligó a
desarrollar medicamentos artificiales alternativos.
Actualmente, los
tratamientos contra la enfermedad en Perú, el país que tiene a la quina en la
bandera, usan quinina asiática o compuestos hechos en un laboratorio.
A tu salud
Para
ocultar el amargor de la quinina los soldados la mezclaron con agua de soda,
lo que da como resultado el agua tónica.
Echarle gin era un
siguiente paso lógico. Este destilado formaba parte de sus raciones.
Por aquellos años, otra
enfermedad, esta vez una epidemia de cólera, brotó en la zona de Angostura, en
Venezuela.
Para combatirla se
popularizó una pócima que combinaba una decena de plantas locales, entre ellas
un extracto de quina.
Esta
medicina fue bautizada como Amargo de Angostura y
hace muchos años dejó las recetas médicas para formar parte de las
gastronómicas: Hoy corona los piscos sours en las barras de Chile y Perú.
Son las empresas indonesias que siembran
quina las que actualmente abastecen por igual a la industria farmacéutica como
a la de bebidas.
Si la leyenda fuera
cierta, los peruanos que levanten un pisco sour para celebrar esta semana su
día nacional, podrán sentir en el sabor el lejano vestigio de la medicina que
salvó a Pedro de Leyva hace cuatrocientos años.
Es también el sabor de
una pérdida.
Aunque el coctel sea
dulce, será un trago amargo.
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